martes, julio 27, 2010

Historia al espejo.

Hey tú, hoy, luego de lo acontecido, y a pesar del mundo que nos separa, desearía contarte un cuento. Sí, un cuento; a ti, que me observas por el otro lado del espejo, así como yo te observo desde este; a ti, que construyes castillos de burbujas, un mensaje desde este cielo negro, desde este cielo sellado, desde este cielo sin nombre.

"Fue una vez, hace mucho tiempo, que un pequeño lobo había perdido su manada. El lobo lloró y lloró, aulló todo lo que pudo, camino día y noche intentando encontrar a aquellos a los cuales pertenecía, pero no hubo caso. Dos años después, el lobo llegó hasta un cerco, y tras el cerco había una hermosa casa blanca.

En aquella casa blanca vivía una familia, dos ancianos y sus tres hijos, dos varones y una mujer; éstos, al ver al pequeño lobo solo y desvalido, con su mirada triste y la piel entre las costillas, sintieron lástima y se apiadaron de él.

El anciano salió de la casa y abrió el cerco, mientras el resto permanecía observando a través de la ventana, tendió su mano al lobo y este de inmediato la lamió, sellando así el lazo que ahora los unía... El lobo al fin había encontrado a su manada.

Fue difícil para el lobo; a medida que iba creciendo, más sentía que debía dejar de ser lobo, y ser más hombre, dar en el gusto y nunca estar en contra. Poco a poco se fue convirtiendo en un lobo domesticado, se fue amoldando a las necesidades de la familia.

Pasaron muchos años, muchos muchos años, hasta que un día, mientras hundía sus patas en la arena de la playa, divisó algo a lo lejos que le llamó la atención. Jugando en las olas se encontraba otro como él, un verdadero lobo, de pelajes dorados y postura imponente. Nuestro lobo no podía creerlo, tanto había buscado, tanto había aullado a la luna, tanto había rogado al cielo, y al fin, sin previo aviso, ahí estaba lo que tanto había añorado.

El otro lobo notó su presencia, y corrió hasta él, y al olerlo, movió su cola de forma agitada y lo invitó a jugar al agua.

El pequeño lobo no podía creerlo, y quiso seguirlo de inmediato, así que corrió a su lado hasta donde rompían las olas, mas al mirarse en las aguas, pudo darse cuenta de que estaba equivocado, de que él nunca en la vida podría compararse con ese ser de pelaje de oro. Su pelaje negro como la noche, sus ojos oscuros y tristes, sus patas cansadas y sus garras gastadas de tanto andar... No definitivamente no podía estar ahí, no pertenecía a ese hermoso cuadro que la vida le había regalado para observar.

-No te vayas-dijo el lobo dorado.
-Yo no pertenezco aquí- respondió el lobo negro.
-Llámame G, ¿Quién eres tú?
-Yo... yo soy I
-I... negro como el cielo, yo seré tu estrella.
-¿Mi estrella?
-Sí, tu estrella, seré luz para ti.
-Entonces, yo seré el cielo donde puedas brillar.

No fue necesario nada más.

Después de ese día, y cada día siguiente, I se convirtió en el cielo más dichoso al tener una única estrella, que brillaba siempre, que iluminaba cada noche, que le daba un motivo para sentir que pertenecía a un lugar.

Pasaron cuatro años, durante los cuales hubo días nublados, lluviosos e inclusive eclipses que dejaron a oscuras el cielo, pero aquella estrella seguía brillando.

-¿Sabes G? Tengo que partir, es la hora de comenzar otro camino.
-No quiero.
-...

En el fondo, I tampoco quería, pero debía cumplir, era necesario hacer feliz a su jauría, y luego de eso, él podría ser feliz también, imaginando que podía lograrlo junto a G a su lado.

I partió, y llegó a un lugar que no le gustó... Estaba completamente lleno de ovejas y otros animales, entre ellos un zorro que fue el único que se acercó a él.

-Lobo, ¿Estás solo?
-No, bueno sí... la verdad, es que tengo una estrella que brilla para mí.
-¿Estrella? Yo no veo ninguna estrella.

Pasaron los días, y poco a poco el cielo fue quedando a oscuras nuevamente. I se preguntaba si su estrella estaría bien, y por medio de un largo aullido se lo preguntó. Su estrella respondió que no le había hecho falta.

I se desesperó, nuevamente se encontraba sin motivos para existir, nuevamente su cielo se encontraba completamente en penumbras.

Y el zorro se apiadó de los ojos suplicantes del lobo, y le dijo: Yo también puedo ser estrella.

Sin entender muy bien, el lobo hizo caso, y sin quererlo, perdió todo lo que tanto había amado, pues al dejar entrar a una nueva estrella en su cielo, pudo darse cuenta de que lo que había perdido en verdad había sido el sol.

Finalmente el zorro también se alejó, pues no fue capaz de soportar los constantes aullidos, las lágrimas incesantes, la fragilidad del lobo oscuro como la noche.

El tiempo pasó, y el lobo aprendió a vivir en penumbras, para finalmente darse cuenta, de que toda la dicha que había tenido había durado lo que tenía que durar, ya que su vida estaba destinada a ser siempre un cielo vacío. Un cielo negro, frío y vacío."


Estimado espejo, este lobo negro, es un simple lobo estepario, que ya no ama a esa estrella, se quedó con el bello recuerdo de lo que pasó, pero que sigue amando aquella sensación de tener un motivo para el cual existir...

Sé que todo lo que escribí puede parecer cursi, e incluso sonar completamente falso, pero es así como lo siento, es así como lo sentí, es así como lo viví. Lo único que deseo es que la luz que alguna vez brilló en mi cielo, siga brillando, aunque sea a ese lado del espejo.

Por lo poco que he visto desde acá, sé que eso lo harás posible, y sobre todo sé, que no eres como yo, que eres fuerte, independiente y harás todo lo que esté a tu alcance para cumplir las promesas que hagas.

Deseo que lo que yo amé, no deje de ser amado nunca.

No voy a negar que las coincidencias me dolieron, me dolieron al punto de creer que ya ni siquiera valía la pena seguir siendo... seguir estando. Que tu nombre cobre el significado de borrar el mío, siendo el mismo, que mi cumpleaños sea el mismo mes que el tuyo, e inclusive saber que el día 21, ya no es único... Todo me dolió, pero tuve que comprender de que nada de eso fue a propósito, y mucho me ha costado.

Lamento haberte incomodado, pero tampoco me arrepiento, porque no puedo dejar de pensar en mí, por pensar en ti.

En fin, lamento haber pensado que serías cobarde, me alegra saber que no lo eres.



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