sábado, septiembre 25, 2010
miércoles, septiembre 22, 2010
domingo, septiembre 12, 2010
La vida es sueño
Solipsismo... Creo que esa siempre ha sido mi vía de escape, pensar que no estoy aquí, pensar que no existo en realidad, y que soy producto de la imaginación y/o ensoñación de alguien más.
A pesar de que cumplo con todas mis responsabilidades, las expectativas de mi familia, mi trabajo, y mi cuidado básico, en mi escondite secreto, sigo pensando que no existo... Cuando estoy sola no soy, solo estoy, porque no soy capaz de validarme, no le encuentro sentido a mi vida.
Un par de veces he intentado rendirme, pero apenas la soga ha empezado a apretar mi cuello, y he sentido como la sangre se agolpa en mis carótidas, dado pulsaciones cada vez más angustiantes, me detengo y lloro... Lloro porque no me entiendo, lloro porque soy cobarde, lloro porque deseo que haya alguien ahí que me diga: No lo hagas, te necesito.
Odio necesitar a la gente, y por eso me encierro, por eso aparento que los demás no me importan, no me involucro y a veces, la mayoría, termino tratándolos mal. Es un círculo vicioso que cada cierto tiempo llega a su apogeo, y me deja en crisis, mientras veo como el mundo me mira con ojos de desaprobación, y una vez más desearía no estar.
A los 13 años, supe que era adoptada. La verdad es que ese hecho, me ha marcado demasiado. Nunca he querido conocer a mis padres biológicos, pues para mi padre es el que cría, y a los que me criaron los amo con toda mi alma, pero sí he pensado muchas veces, en que ha sido un error que yo naciera, que probablemente nunca debí llegar a este mundo, porque hay que admitirlo, si te dan en adopción, es obvio que no fuiste ni deseado ni planificado.
Mi madre siempre me ha dicho que debería estar feliz, porque tengo una familia que me eligió; para mi padre la adopción no es tema, y el único comentario que me hizo fue que al verme a los ojos, y notar como yo reía en sus brazos, supo que yo era su hija... A veces esto es a lo único que me aferro para no desmoronarme.
Odio ser tan dependiente, odio no poder sentir por mí misma que mi vida vale, odio no poder ser estable y vivir más "light".
Siempre tuve problemas para relacionarme con el resto, siendo más callada, un poco "rara", la desadaptada, y siempre pensé que era normal, que era el rol que me había tocado y el cual sabía interpretar a la perfección.
Siempre de arriba a abajo, de un lado al otro, de la risa al llanto, del idealismo al pesimismo, de la autocompasión a la automutilación.
Al fin, a mis 25 años, y luego del episodio más caótico de mi vida, en donde lastimé a la única persona que he amado, y de paso, terminé por romperme, decidí buscar ayuda, ya que sentí que no era normal sentirse así, tan desamparado, triste, estancado, mientras el mundo seguía girando y el tiempo no se detenía a esperarme.
Fui a la psicóloga, y luego al psiquiatra, pasé por depresión moderada, severa y distimia, hasta que finalmente fui diagnosticada como trastorno bipolar del ánimo y además trastorno limítrofe de la personalidad.
A pesar de que me lo esperaba de alguna manera, fue fuerte... estaba sola, ya que hace un tiempo me trasladé de ciudad por trabajo y mi familia y amigos viven a unos 1500 kms de distancia.
En mi nueva ciudad no he podido hacer amigos, y los que creía lo eran, finalmente me demostraron que no lo son. Probablemente nunca lo fueron pero yo idealicé las circunstancias, hay un par de conocidos a los que quiero bastante, pero igual tiendo a desconfiar, no quiero que me duela de nuevo, no quiero volver a idealizar.
Decidí comprarme una mascota... ¿Por qué? Muchas pensarán que es mejor recoger una, que hay miles de animalitos que sufren en la calle, pero Canela (una caniche enana apricot) logró demostrarme que me necesitaba. La vi varias veces en una tienda, al principio con sus hermanos, y después sola, y cada vez más grande. Nadie la quería, no era lo suficientemente buena tal vez, para todos aquellos que prefirieron a otro, pero para mí fue perfecta. Le dije a la dependienta si acaso podía tomarla en mis brazos, y apenas me la entregó, supe que era para mi, lamió todo mi rostro, y no pudo evitar hacerse pipí de la emoción. Ahora, es uno de mis cables a tierra, ya que su vida depende de mi, ya que me necesita. Cada vez que coloca su cabecita sobre mis piernas me recuerda que yo debo estar acá, que no puedo rendirme.
Ahora, tomo mis medicamentos, cuido a Canela y voy a terapia semanalmente. El trabajo sigue siendo un infierno (no el trabajo en sí, sino el ambiente) pero cada día intento, en medida de lo posible, de levantarme de mi cama pensando que será mejor. Que significo algo y que aporto mi grano de arena a este mundo que se desborda en egoísmo, vanidad, competitividad y codicia.
Lo "bueno" de trabajar en un hospital, es que no queda tiempo para sentir lástima de mí misma, porque al menos, no tengo que estar en diálisis, ni en quimioterapia...
Gracias a Dios, sigo viva, y no quiero rendirme todavía, al menos por hoy.